“Tiempo de buscar, y tiempo de perder; tiempo de guardar, y tiempo de desechar”
Eclesiastés 3:6
Creo que todos hemos entendido que el ser humano ha nacido para crecer, evolucionar, cambiar de temporadas; pero ¿Cómo saber que ha llegado el momento de cambiar?
Muchas veces son los acontecimientos que marcan ese cambio de temporada. Al llegar a cierta edad marca el inicio de un año escolar, al finalizar y aprobar se marca otra temporada. Al conocer una persona que nos gusta e iniciar una relación sentimental se marca el cambio de otra temporada de soltero a comprometido o casado al dar ese paso.
La vida natural está llena de cambios y evoluciones, unas más evidentes que otras, unas más fáciles de asimilar que otras. Y en el área espiritual sucede lo mismo.
“Tiempo de nacer y tiempo de morir; tiempo de plantar, y tiempo de arrancar lo plantado”
Eclesiastés 3:2
En ocasiones hemos conquistado tanto en una temporada, que no queremos dejarla ir, nos acomodamos en ese lugar y se vuelve difícil salir de allí. Construimos casa, plantamos árboles, hacemos cercos, que luego nos impiden salir porque queremos gozar del fruto de nuestro trabajo.
Porque es cierto lo que dice el refrán: “uno es el que siembra, y otro el que cosecha.”
Juan 4:37
El detalle está en que, en el reino de Dios lo que edificamos no es para nosotros, no es nuestro ministerio, no son nuestros discípulos, no es nuestra visión, sino que son de nuestro Padre Celestial. Y es El quien nos llama a crecer, evolucionar y cambiar de temporada, para que los ríos no se estanquen y la bendición deje de fluir.
“Así que ni el que planta es algo, ni el que riega, sino Dios, que da el crecimiento.”
1 Corintios 3:7
Si te estas sintiendo demasiado cómodo en tu servicio al Señor Jesús, o por el contrario te sientes estancado, es probable que sea el tiempo de cambiar de temporada, con la ayuda del Espíritu Santo.