
Fue hace 7 años que conocí a Jesús; lo conocí cuando me creía una sabelotodo de la vida. Me creía muy sabia en mi propia sabiduría, pero tenia un corazón vacío, lleno de resentimiento a mis papas, a la vida y a Dios.
Por muchos años me jacte de conocer un Dios de domingos con el que tenia una “relación personal” de una sola vía en donde Él tenia que darme todo lo que yo pedía y a quien yo tenia que reclamarle por no darme la vida que yo miraba que otros tenían.
Crecí alimentando inseguridades en cada área de mi vida, llegando a depender mucho de lo que las personas en mi entorno reafirmaran en mi. Empecé a creer los comentarios de otras personas hacia mi, como me definían, que pensaban de mi. Adopté una identidad basada en lo que los amigos y el novio de turno me dieran.
Nunca creí que fuera suficiente para nadie, ni siquiera para mis papás, pues por mucho tiempo, no tuve contacto con mi papá. Con mi mamá, la relación era pésima. Nunca pude expresar todo ese resentimiento acumulado con palabras. Sin embargo, mi cuerpo si lo empezó a exteriorizar por medio de enfermedades que coincidían con los eventos que lastimaban mi corazón. Realmente estaba enojada con Dios, pero no tenia el valor de aceptarlo y prefería esconder todo eso en una fachada de mujer alegre; ser el alma de la fiesta, la más segura y emponderada, la mejor amiga que podías tener a tu lado.
Hasta que un día tras aceptar una invitación recurrente que tantas veces rechacé, reconocí que yo estaba mal, que era una persona equivocada y que no tenia ni una gota de fe, ni de amor en mi corazón. Acepté a Jesús en mi vida cuando vi que cada vez que aceptaba su manera de actuar, algo en mi entorno cambiaba y me añadía felicidad. Empecé a experimentar su amor, su comprensión, su compasión, ¡Él se volvió MI TODO!
Con Él aprendí a aceptar su orden y planes para mi vida, tal como sus tiempos están establecidos para mi. Primero, Él pudo sanar mi corazón llenándolo de perdón, de empatía, de amor; luego sanó la relación con mi primera familia. Después, ordenó el noviazgo que tenía en ese momento para entrar con ese novio a una familia donde el Espíritu Santo fuera el guía y el centro de todo. Cuando comprendí esto, tomé 2 palabras que cambiaron mi vida y me permitieron volver a nacer, PERDÓN y OBEDIENCIA. Estas palabras han sido una bendición en mi vida. Gracias a la decisión de apropiarme de ellas y ponerlas en práctica en cada cosa que Dios mandaba, fue como logré tener un corazón nuevo, un cuerpo nuevo, una identidad de hija de Dios con autoestima y amor propio cimentado en Él. Gracias a cada paso de obediencia y perdón, logre acercarme a mi papá, sanar la relación con mi mamá reconociendo el amor de Dios en mi familia. Gracias a esas palabras mi noviazgo fue renovado y reconocí que en esa relación había un propósito de familia. Hoy puedo contar que formé una familia con un hombre pulido por Dios, un gran servidor, un gran esposo que me enseña y me acerca más a Jesús.
No importaron mis decisiones erróneas; no importa nada de lo pasado. Dios aprovechó cada momento para cumplir su propósito en mi vida y hoy soy una hija sana del Rey con una FE que supero mis propias expectativas.