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Pan, palabras y corazón.

  • Foto del escritor: Somos por Jesús
    Somos por Jesús
  • 11 nov
  • 2 Min. de lectura
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Recuerdo tantas conversaciones y momentos inolvidables que ocurrieron alrededor del comedor de nuestra casa. Si uno se detiene a pensar, muchas de las memorias más significativas en la vida de una persona tienen como escenario una mesa: ese lugar donde se sirve comida, pero también se reparte amor, se intercambian miradas cómplices y se construyen historias.


Uno de esos momentos que quedó grabado en mi corazón fue el día que anunciamos que íbamos a tener un bebé. Estábamos todos reunidos, compartiendo unas pizzas, y al abrir la caja, adentro había una nota que decía: “Coman y agarren fuerzas para que me cuiden, bebé en camino.” Risas, sorpresa y lágrimas de alegría brotaron de nuestros padres. Fue una cena inolvidable, no por el menú, sino por el mensaje que transformó esa comida en un recuerdo eterno.


Hoy vivimos en una era acelerada, donde lo urgente le gana terreno a lo importante. Las pantallas nos distraen, los horarios nos apuran, y el tiempo compartido en familia se reduce a breves encuentros entre tareas y compromisos. Pero hay algo que no cambia: la necesidad de conexión. Y la mesa sigue siendo ese lugar sagrado donde podemos detenernos, mirar a los ojos y decir: “Aquí estoy, contigo.”


Es indispensable hacer una pausa. Apagar el televisor, dejar el celular a un lado, y tomar al menos un tiempo de comida para compartir juntos. Esta decisión, aunque parezca pequeña, puede representar un cambio profundo en la dinámica familiar. Porque en la mesa no solo se come: se escucha, se aconseja, se afirma, se sana.


Desde niños, fue en una mesa donde recibimos nuestros primeros alimentos y aprendimos nuestras primeras palabras. De jóvenes, fue el lugar de conversaciones importantes, noticias familiares y decisiones que marcaron el rumbo. Como pareja, muchas veces fue en la mesa donde comenzaron las charlas de noviazgo y donde se siguen construyendo los puentes del amor.


Y cómo olvidar las visitas a los abuelos, las sobremesas con amigos, las recetas que nunca salieron igual pero siempre supieron a hogar. En ese espacio se han dicho palabras de ánimo, de fe, de esperanza. Se han soltado carcajadas y también se han derramado lágrimas que encontraron consuelo.


La Biblia nos recuerda: “Mejor es un plato de legumbres donde hay amor, que de buey engordado donde hay odio.” (Proverbios 15:17). No se trata de lo que hay en el plato, sino de lo que hay en el corazón de quienes lo comparten.


Y como bien dijo Jesús: “Si una casa está dividida contra sí misma, tal casa no puede permanecer.” (Marcos 3:25). La mesa puede ser ese primer lugar donde se restaura la unidad, donde se reconcilian corazones, y donde se siembra el amor que sostiene el hogar.


Una familia saludable no se mide por los muebles que tiene, sino por el tiempo que dedica a estar junta. Y muchas veces, ese tiempo comienza con una simple decisión: sentarse a la mesa.


Así que hoy te invito a hacer algo sencillo pero poderoso. Prepara una comida, no importa si es gourmet o arroz con huevo. Lo importante es que haya presencia, conversación y cariño. Porque en ese altar cotidiano llamado mesa, suceden milagros que no se compran ni se planean… simplemente se viven.


¡Esto es simple, ahí les dejo!

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